EL FILL QUE VULL TINDRE
Hola bloggers!!
El pasado sábado, 25 de
febrero del 2017, Jordi, Elena, Alex, mi tía Isabel, Carles y yo (Majo), fuimos
a disfrutar de una grandísima obra, en el Teatro Capitolio de Godella, el cual
nos dejó indiferentes.
La crisis que arrastramos
durante los últimos años -por no decir, casi, la última década- ha afectado de
manera determinante a la mayoría de elementos de nuestra cotidianidad. Explicar
las consecuencias nos llevaría, tal vez, hasta un escenario en el que las
decisiones se postergan en el tiempo o, peor aún, quedan fatalmente atravesadas
por la precariedad económica. En el que el dinero es la medida de todas las
cosas y las expectativas nunca llegan a cuajar en la realidad. Aparecen,
generan entusiasmo y se evaporan como tantas otras cosas. Es posible que sin
este contexto, las reflexiones de una obra como El fill que vull tindre perdiesen parte de su equilibrio. No en
vano, es en este presente incierto en el que más nos atenaza la duda ante una
futura maternidad o paternidad, en el que revisamos con lupa la forma en la que
apoyamos la educación y, seguramente, en el que más nos preocupa un proceso
natural como el envejecer. Porque tenemos la sensación de que cada uno de esos
elementos fragua una realidad que, más pronto que tarde, requiere ser revisada.
O actualizada. O enfrentada. Como quien combate los miedos propios y los
ajenos. Discutir las bases de la educación, recuperar la infancia perdida y
describir en qué consiste madurar. Cuál es el secreto que yace tras algo tan
básico, tan esencial, como vivir.
El Pont Flotant ha armado un espectáculo teatral que recoge algunos
de estos temores con la voluntad de interrogarnos a propósito de la manera en
la que llevamos nuestras vidas. Así, rodeados de un elenco de actores que
oscila entre los 6 y los 85 años, los tres personajes principales repasan, a
través de varias escenas, el núcleo de esa vida contemporánea que tiene en la
madurez y la educación sus caballos de batalla. Y lo hace en forma de monólogo
dramático sobre la distancia que ponemos en relación al deseo de tener hijos;
la responsabilidad que entraña, las dificultades que añade a nuestras vidas ya
de por sí complicadas. En forma de escena arrancada de la vida cotidiana en la
que sus protagonistas escrutan en qué consiste la paternidad, cómo moldeamos
nuestro carácter con los años, qué queda de aquel niño, de aquella niña, en el
adulto de hoy. Como comedia, como improvisado número de danza. Como manifiesto
colectivo en el que a cada voz, la del niño y también la del anciano, se le
concede un relieve especial. O como un cuento tradicional, remodelado para la
ocasión, que refleja esos pequeños cambios, desgraciadamente demasiado fáciles
de percibir, que los años de ruina y tristeza social han efectuado sobre aquel
entorno familiar en el que nos criamos.
Con el escenario
convertido en el patio de un colegio, en el parque de las tardes en las que
paseamos a nuestros hijos o en el decorado interior de nuestros sentimientos, El fill que
vull tindre bascula
entre la comedia, la tristeza con un punto de melancolía y la declaración
vitalista por un futuro que nos pertenece. El Pont Flotant concibe su puesta en
escena como si se tratase de un patio en el que, en segundo plano, los actores
construyen, con garabatos y juegos infantiles, un espacio propio por encima del
negro básico de las tablas del escenario. Del que, poco a poco, se adueñan, a
medida que el tono confesional de la obra penetra en los espectadores y les
lleva a identificarse con sus propios dramas personales. Con el hijo, el padre
o el anciano que fuimos, que somos o, en fin, que seremos. Y es de esa manera
como el escenario se va transformando con el movimiento de los cuerpos, con las
sillas apiladas en forma de improvisado castillo o con una balsa de agua en la
que, eufóricos, chapotean para celebrar una felicidad que siempre nos ha
pertenecido, sobre la que es justo reclamar el derecho legítimo a disfrutarla.
Porque en ese autoanálisis que lleva a cabo la obra, siempre se tiene la
sensación de que nuestro presente ha puesto las trabas suficientes a aquellos
pensamientos, ideas o voluntades que antaño fluían de manera espontánea. De
ahí, pues, que la comedia, la danza improvisada de cuerpos en mitad del
escenario, ejerza de contrapunto y antídoto frente a esa mediocridad que nos
han impuesto como pago para sobrellevar estos tiempos inciertos.
Es justo decir que El Pont
Flotant aprovecha cada recurso escénico del que dispone, creando una obra
imaginativa y, hasta cierto punto, emotiva. Capaz de generar en el espectador
la sensación del juego en el recreo infantil, la soledad ante esa vejez que poco
a poco se abalanza implacable, o la promesa de un futuro que no quedará
empañado por el temor, la duda o los múltiples imposibles. Ese futuro que, tal
vez en el gesto más bello de la obra, representan las puertas abiertas del
escenario y ese ruido de voces, de felicidad y algarabía, que escuchamos al
fondo. Que nunca queremos dejar de escuchar. El fill que vull tindre es teatro popular, en el mejor sentido de
la palabra, teatro que basa su acción en la relación directa con el público,
con sus problemas y con la sociedad de la que todos formamos parte. Teatro
imaginativo y participativo, que sabe cómo honrar a jóvenes y dignificar a
ancianos, conceder espacio a todos para construir colectivamente la voz de un
presente. Teatro valenciano, y en valenciano, para un tiempo que ha arrinconado
el tonto folclore localista y la ominosa sombra de la corrupción institucional.
Capaz de restituir una identidad siempre trazada a la contra, de devolver las
señas propias y crear un sentido de comunidad. Teatro que habla de nosotros, de
ti y de mí, y de los miedos que vivimos. De los anhelos, de las frustraciones,
de las cosas bonitas y de lo que está por venir. Teatro, en toda la extensión
de la palabra, creado para mover a la reflexión. Para construir ese presente
justo que aguarda a la vuelta de la esquina.
Fue una experiencia única,
llena de sonrisas, de sentimiento, una atrevida continuación en la constante
exploración de nuevos lenguajes escénicos alejados de los parámetros
comerciales. Para mí es una obra que habla con cariño, sencillez y delicadeza
de la vida.
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